martes, 6 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO HEREJE


“El último hereje”
Por Jesús García y Jiménez

Dentro de nueve años, se cumplirá la fecha de una extraña profecía dictada por Guilhelm Bélibaste, el último perfecto cátaro quemado por la Inquisición. ¿A qué se refirió con su vaticinio? ¿Aludía a algo relacionado con el final de los tiempos? ¿O acaso al advenimiento de una nueva era en la que las religiones dogmáticas desaparecerán para dar paso a una espiritualidad universal?

Estos son algunos de los conceptos que el lector de: El último hereje(ISBN: 978-84-9030-074-9), novela histórica escrita por Jesús Ávila Granados (www.jesusavilagranados.es), que la editorial Círculo Rojo (Almería; tel: 950 938 137) acaba de lanzar al mercado, y que tiene visos de convertirse en un bestsellers.

Falta menos de una década –será el 24 de octubre de 2021- para que se cumplan los siete siglos establecidos por el último perfecto de la Occitania cátara, Guilhelm Bélibaste. En el otoño de 1321 lanzó al viento una frase lapidaria que hizo temblar los cimientos de la Iglesia oficial: “Dentro de setecientos años, el laurel reverdecerá”. Instantes después, su cuerpo fue consumido en la hoguera, prendida en el patio de armas del castillo de Villerouge-Thérmenes, residencia de Bernard de Farges, arzobispo de Narbona y señor feudal, bajo la atenta mirada del obispo de Pamiers, Jacques Fournier –futuro pontífice bajo el nombre Benedicto XII-, y del inquisidor de Carcasona, Jean de Beaune. Sin embargo, a pesar del tremendo dolor, de los labios de Bélibaste no salió palabra alguna de arrepentimiento; al contrario, una entereza ejemplar que transmitió a sus verdugos, con los ojos bien abiertos. Finalmente, la salida al viento entre las llamas de una paloma blanca confirmaba las metempsicosis o transmigración del alma. Bélibaste fue la última víctima de la barbarie que acabó con el catarismo occitano (de ‘catharoi’, en griego: los puros).

Con Bélibaste desaparecía la iglesia cátara occitana; después de su muerte, y hasta mediados del siglo XIV, no se envió a la hoguera a ningún creyente. Detrás quedaba un reguero de sangre y ceniza, protagonizado por la cruzada papal, primero, y las ejecuciones ordenadas por el Santo Oficio, después. El escalofriante balance de un millón de muertos nos da una ligera idea del horrible holocausto que condenó a la que fuera la tierra más próspera y culta de Europa. Estas informaciones nos han llegado gracias, especialmente, a las canciones y escritos transmitidos por los trovadores –trobairitz, en occitano-, quienes, desde mediados del siglo XII, fueron los transmisores de la historia no oficial del mundo occidental. Muchos de ellos caerían presos de la Inquisición y, tras terribles sesiones de tortura, serían asesinados sin piedad por orden de la Iglesia oficial, por apoyar a la herejía.
Bélibaste, hijo y nieto de creyentes cátaros, nació en 1280 en el seno de una sencilla familia de campesinos y ganaderos de Cubières, un pueblo del Razès (Aude), tierra de ancestral tradición cátara que, a pesar de la cruzada albigense y los esfuerzos católicos por erradicar la herejía, había logrado mantenerse en la clandestinidad, gracias a las prédicas de los hermanos perfectos Autier.

Bélibaste, en 1305, por intereses del arzobispo de Narbona, que ansiaba apoderarse de las tierras de pasto para sus ganados, fue víctima de una trampa y resultó acorralado por varios matones a sueldo del arzobispo. En contra de su voluntad, y en defensa propia, hirió de muerte a uno de ellos, logrando escapar a través de la zona que mejor conocía: las montañas. Se puso precio a su cabeza y fue perseguido sin tregua por toda Occitania. Y es en este punto, en donde Jesús Ávila muestra sus dotes de gran profesional del arte literario, para meter al lector en la piel de Bélibaste, ultimo perfecto del catarismo occitano, y último “hereje”, para la Iglesia oficial.

La obra, trepidante de principio a fin, obliga al lector a no abandonar el punto de lectura, y su corazón late con mayor fuerza a medida que avanza en las páginas. Hay capítulos que sobrecogen, y obligan incluso a una segunda lectura, para no perder un ápice del contenido. Los últimos veintiún años de la vida de Bélibaste constituyen, al mismo tiempo, toda una lección de la historia del otoño medieval, cuando cátaros, templarios, judíos e inquisidores coinciden en el espacio y el tiempo.

Ya hacía tiempo que Montségur había sido conquistada por los cruzados y la Iglesia, y condenada como “la sinagoga del diablo” para los inquisidores; sin embargo, la fuerza espiritual de este santuario aéreo seguía transmitiendo una luz de esperanza en los pueblos y gentes de Occitania. Y aún en nuestros días, al ver cómo, ante la estela discoidal levantada en 1960, en el lugar donde fueron quemados los últimos supervivientes de la defensa de este castillo, vienen a leer notas y versos poéticos los seguidores de esta ancestral filosofía de vida, en justo homenaje a aquellos valientes hombres buenos, cuya religión era el amor.

“El último hereje”, por lo tanto, se convierte en una magistral obra literaria que estamos seguros va a sorprender a todos por su fuerza e intensidad de acción, y, al mismo tiempo, la riqueza de unos contenidos que trasladan al lector a los conceptos más profundos del catarismo, incluso a las ceremonias y ritos secretos.

Tres mapas ayudan al lector a seguir las rutas trazadas por Bélibaste en su desesperada huida; senderos que nos llevan desde Cubières (Aude) a Sant Mateu (Castellón); en medio, lugares tan escalofriantes como Rennes-le-Château, sorprendentes como la cantera de “Els Clots de Sant Julià”, o terroríficos como el “Muro” de Carcasona, la prisión más sangrienta de la Europa de los siglos XIII y XIV, de la que el protagonista logró evadirse; pero para saber cómo lo lograría, lea la obra
Jesús García y Jiménez
Madrid, 17 de Octubre de 2012
De izquierda a derecha Jesús García y Jiménez, Jesús Ávila Granados y Francisco Rivero


1 comentario:

  1. Todavía no he leído la obra completa, aunque tengo muchas ganas de coger el libro por banda y saborear el contenido plasmado por Jesús. Creo que el Laurel reverdecerá (donde hubo fuego, cenizas quedaron)

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